“Prohíbese la divulgación por la prensa oral, escrita o televisada de todo tipo de información, comentario o grabación, que, directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente Decreto, atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo.”
Con esa frase incluida en art. 3º del Decreto 464/1973 – que disolvía la Cámara de Senadores y la Cámara de Representantes – Juan María Bordaberry daba inicio a la etapa más prolongada de oscurantismo y pérdida de libertades que el siglo XX deparara al Uruguay.
Así lo recuerda Leonardo Guzmán en una excelente columna publicada esta semana en el diario El País, que lleva por título Los 50 años de un horror, cuya lectura recomendamos especialmente.
En una sola frase, el decreto que disolvía el parlamento prohibía llamar dictador a quien lo refrendaba y dictadura al estatus legal que a partir de ese mismo decreto adquiría su gobierno.
Habida cuenta de que la guerrilla urbana había sido aniquilada previo a esos hechos, nada justificaba un accionar sólo imaginable a partir de una desaforada ambición de poder.
Es indudable que dejando de lado a los golpistas y sus esbirros que se adueñaron del Estado y del poder de manera ilegítima e injustificable, fueron todos los orientales quienes sufrieron las consecuencias de aquel vandalismo.
Desde Libertad Responsable hacemos votos para que, habida cuenta de la experiencia democrática adquirida a lo largo de las últimas casi cuatro décadas, se inicie el imprescindible camino de acercamiento de la totalidad del espectro político en defensa del Estado de derecho y la libertad.
La irracionalidad de los extremismos de izquierda y de derecha, siempre a contrapelo y jugando con la estabilidad democrática a la que solo valoran como trampolín al poder, debe ser puesta en evidencia ante la mirada de toda la sociedad.
Un dictador, debe ser llamado dictador; no hay decreto alguno que pueda cambiar su esencia.
Lo mismo ocurre con aquellos que, por sus dichos y acciones y a fuerza de populismo, dejan en evidencia que podrían llegar a serlo.
Transcurrido medio siglo de aquellos aberrantes hechos, debemos tener esta realidad muy presente y nunca dejar de reflexionar sobre ella.