Tal vez se necesite de ambas para gobernar, de una combinación razonable de cada una de ellas, pero es importante identificar que no significan lo mismo para no caer en la trampa de creer que con una es suficiente.
Lamentablemente la historia ofrece múltiples ejemplos en los que un líder, aparentemente juicioso, ha fracasado estrepitosamente. El nivel intelectual, su preparación profesional y hasta una brillante formación académica dicen mucho pero no siempre eso alcanza para lograr un objetivo complejo.
Es que se precisa también de una habilidad esencial que suele ser escasa por estas latitudes. Tiene que ver con la aptitud de conformar cuadrillas, de orientar grupos humanos y especialmente de maximizar resultados armonizando personalidades e improntas.
Cuando de gobernar se trata la inteligencia emocional juega un papel determinante. De hecho, muchos recordarán casos en los que los gobernantes no parecían ser tan “iluminados”, pero disponían de esa picardía y templanza para resolver conflictos y superar los escollos.
El país se enfrenta aquí y ahora a un dilema extremadamente sofisticado. La acumulación de inconvenientes estructurales propone un reto de dimensiones gigantescas. Abordar una cuestión concreta en forma aislada sin tener en cuenta las predecibles consecuencias que puede ocasionar cualquier medida es muy arriesgado y hasta irresponsable.
Esto requiere de una comprensión superior. Encarar ese tipo de desafíos de un modo consistente implica construir a equipos interdisciplinarios, apelar a un diálogo permanente para escuchar visiones diversas y desde allí entonces tomar la estrategia más adecuada que permita ser exitoso en el proceso.
La mediocridad imperante no ayuda a visualizar quienes pueden exhibir esos atributos ahora mismo. La sensación primaria es que nadie califica, que ninguno está verdaderamente a la altura de las circunstancias.
Ante ese escenario repleto de una oferta paupérrima y frente a la gravedad del escenario actual los votantes tendrán que decidir por un criterio que los ayude a seleccionar la mejor alternativa entre las existentes. Es probable que ni siquiera se pueda buscar esa chance y deban conformarse con la menos mala, como ha sucedido en innumerables oportunidades.
Muchos políticos, periodistas, abogados, economistas, ingenieros, técnicos y hasta idóneos han planteado diagnósticos muy certeros sobre lo que hoy acontece. Ellos parecen entender en detalle lo que está ocurriendo y hasta han diseñado una suerte de borrador de hoja de ruta que podría ser de gran utilidad en el recorrido futuro.
No es poca cosa disponer de esas percepciones. No solo pueden contribuir a buscar el sendero correcto, sino que adicionalmente podrían inspirar a los que tengan después la responsabilidad de capitanear ese derrotero.
El asunto central es que no sólo se debe tener muy claro lo que hay que hacer, sino que además se debe tener la perspicacia para conjugar los ingredientes pertinentes en las proporciones exactas, administrar con astucia los tiempos y convocar no sólo a los mejores, sino a los que tengan la capacidad de trabajar articuladamente con otros.
Quizás un parámetro muy pragmático sea evaluar quienes tienen el temperamento para escuchar a muchos, para nutrirse de las enriquecedoras perspectivas diferentes, para ser suficientemente autocrítico y detectar sus errores rápidamente, para rodearse de gente inteligente que tenga una mirada distintiva y que no tema a las represalias por discrepar en algo.
Es vital descartar a aquellos que tienen un perfil notoriamente autoritario e intolerante, que a diario muestran su resentimiento y que además exhiben su costado vengativo sin pudor alguno. Esos que sin poder amenazan, discriminan y segregan seguramente cuando dispongan del bastón de mando intentarán convertirse en tiranos o no podrán sostenerse en ese rol durante mucho tiempo.
Los que prefieren tener cerca a los aduladores ya están adelantando su dinámica. Gobernaran solos, con una mesa chica muy acotada de leales, que pronto se aislará para encerrarse en su microclima y desde allí imponer a todos su lógica sin escuchar a nadie.
Parece imposible salir de ese laberinto, pero hay que intentarlo. Nadie debería esperar un éxito arrollador, ni buscar al superhéroe. Se trata de asumir primero que lo que viene será defectuoso y no excelente, que se puede aspirar a que sea bueno y no magnífico, y que los lideres que tendrán a su cargo esa nueva etapa son seres completamente imperfectos, repletos de debilidades, pero que en el balance pueden salir airosos y edificar una ajustada victoria.
Hay que desterrar la idea de lo perfecto, en primer lugar, porque eso no forma parte del mundo real y en segundo lugar porque sólo conducirá hacia una nueva desilusión, ya no porque algo pueda fallar, sino por aferrarse a sueños que jamás se cumplirán.
Ojalá que el resultado tangible sea mucho mejor de lo esperado, que el porvenir sorprenda a todos positivamente. La invitación es a ser mucho más razonables, tener expectativas más moderadas y ayudar a que ese devenir sea ordenado, en paz y a pesar de las turbulencias, se logre avanzar.